Maestro, Líder y Guía

Las Primicias, Redacción

En la República Dominicana, muchas veces en su historia, el espectro político se ha visto cautivado bajo el hechizo de un fenómeno tan antiguo como la propia historia de Latinoamérica: el caudillismo, esa tradición política donde el carisma y la fuerza de una sola figura parecen dirigir el destino de las naciones con etiqueta de predestinación, algo así como si no hubiese «nadie más para sustituirle». En este teatro contemporáneo local, Leonel Fernández Reyna, con su Fuerza del Pueblo, se presenta como el protagonista indiscutible, un eco vibrante de liderazgos mesiánicos que han marcado el pulso de la región en toda su historia.

Fernández, cuya carrera política abarca ya tres periodos presidenciales, se erige no solo como líder sino como ejemplo de una forma de dirección que rebasa las fronteras del rol político para adentrarse casi a  los dominios del culto a la personalidad. La creación de La Fuerza del Pueblo, a su imagen y semejanza, no es un mero acto de perpetuación política, sino una manifestación de cómo el apoyo incondicional y la lealtad personalista pueden sobreponerse a cualquier consideración ideológica o programática.

Este liderazgo, aunque capaz de galvanizar un apoyo popular robusto que no está en discusión, incita a reflexionar sobre las implicaciones a largo plazo para la democracia misma. Que el poder y la decisión graviten en torno a una sola figura no solo menoscaba las instituciones democráticas sino que también limita el florecimiento de una cultura política diversa y pluralista. La dependencia de un líder central para la cohesión y el ímpetu de un partido señala una vulnerabilidad inherente: la posibilidad de un vacío de poder o la disminución de su influencia.

El susurro de que Fernández podría estar allanando el camino para una sucesión de tipo dinástica, posiblemente para su hijo, resuena con las notas del caudillismo y el liderazgo mesiánico, evocando la imagen de un poder político casi feudal, transmitido más por la sangre que por la libertad de elegir. Esta práctica cuestiona el principio de igualdad de oportunidades, sugiriendo que el acceso al liderazgo depende más del linaje que del mérito o el apoyo popular.

Así, el escenario político dominicano, con Fuerza del Pueblo y la figura de Fernández al centro, se convierte en un espejo donde se reflejan los desafíos persistentes para superar el caudillismo y fortalecer las instituciones democráticas. La supervivencia de la democracia dominicana demanda un camino hacia una cultura política que priorice la participación ciudadana, la rendición de cuentas y el respeto a las instituciones sobre la veneración a figuras individuales. Solo entonces, la verdadera fuerza de un pueblo se manifestará en su capacidad para erigir un sistema político que, más allá de las individualidades, se asiente en fundamentos democráticos sólidos y perdurables.

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